Resumen
En enero de 2019, cientos de miles de venezolanos salieron a las calles en respuesta a un llamado del presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, que pidió al pueblo de Venezuela que se movilizara en apoyo al restablecimiento del orden constitucional en el país. Durante una protesta multitudinaria que tuvo lugar el 23 de enero, Guaidó dijo que asumía el poder como presidente interino de Venezuela y que convocaría a elecciones libres y justas. Desde entonces, más de 50 gobiernos lo han reconocido como presidente interino de Venezuela. Sin embargo, Nicolás Maduro todavía mantiene un férreo control de todas las instituciones venezolanas, salvo la Asamblea Nacional que tiene una mayoría opositora.
Con esta pugna de poder como trasfondo, una de las cuestiones subyacentes más preocupantes para el pueblo venezolano es la gravísima crisis humanitaria que está atravesando el país. En uno de los primeros discursos públicos que pronunció tras convertirse en presidente de la Asamblea Nacional el 5 de enero, Guaidó afirmó que Venezuela enfrentaba una emergencia humanitaria y pidió ayuda a la comunidad internacional para superarla.
Es imposible conocer todavía cuál es la verdadera magnitud de la crisis de salud y alimentaria en Venezuela. Esto se debe principalmente a que las autoridades venezolanas no han publicado datos sobre salud y nutrición, e incluso han tomado represalias contra quienes los difunden.
Para evaluar el estado actual de la crisis humanitaria en Venezuela, y su impacto en los derechos humanos de la población venezolana y en los países limítrofes, Human Rights Watch se asoció con el Centro por la Salud Humanitaria (Center for Humanitarian Health) y el Centro de Salud Pública y Derechos Humanos (Center for Public Health and Human Rights) de la Facultad de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins. El presente informe se basa en entrevistas realizadas a más de 150 profesionales de la salud, ciudadanos venezolanos que necesitan atención médica y llegaron recientemente a Colombia y Brasil para obtenerla, representantes de organizaciones humanitarias internacionales y no gubernamentales, funcionarios de las Naciones Unidas (ONU) y funcionarios de los gobiernos brasileño y colombiano. Asimismo, el equipo de investigación analizó datos sobre la situación en Venezuela de fuentes oficiales, hospitales, organizaciones nacionales e internacionales y organizaciones de la sociedad civil.
Concluimos que el sistema de salud está totalmente colapsado. Han aumentado la mortalidad materna e infantil; se propagaron enfermedades que podrían prevenirse con vacunación, como el sarampión y la difteria; e incrementaron enfermedades infecciosas como la malaria y la tuberculosis. Aunque el Gobierno dejó de publicar datos oficiales sobre nutrición en 2007, las investigaciones de organizaciones y universidades venezolanas documentan altos niveles de inseguridad alimentaria y desnutrición infantil, y los datos disponibles muestran una alta proporción de niños y niñas ingresados en hospitales con desnutrición.
El éxodo masivo de venezolanos —más de 3,4 millones en los últimos años, según la ONU— está desbordando los sistemas de salud de los países receptores.
Si bien reconocer el problema y pedir ayuda es un primer paso crucial, se necesita del liderazgo de la Secretaría General de las Naciones Unidas para que pueda implementarse satisfactoriamente cualquier plan de asistencia humanitaria a gran escala en Venezuela. La combinación de escasez de medicamentos con escasez de comida, sumada a la propagación de enfermedades a través de las fronteras venezolanas, representa una emergencia humanitaria compleja que requiere una respuesta contundente de los actores humanitarios de la ONU[1].
La asistencia humanitaria internacional a Venezuela se incrementó en 2018, luego de un cambio en el discurso del Gobierno, que dejó de negar rotundamente la crisis humanitaria y empezó a reconocer la existencia de una crisis económica. No obstante, el Gobierno atribuyó la escasez a las sanciones impuestas por EE. UU., a pesar de que la crisis humanitaria precede las sanciones al sector petrolero, que son las que podrían, potencialmente, afectar la importación de comida y medicamentos. Diversos actores humanitarios de organizaciones internacionales y no gubernamentales han indicado reiteradamente que la asistencia a Venezuela no es suficiente para atender las necesidades urgentes de la población.
Para proteger el derecho a la salud y a la alimentación del pueblo venezolano, el Secretario General de la ONU, António Guterres, debería encabezar esfuerzos para definir un plan de respuesta humanitaria integral a la situación tanto dentro como fuera del país. El plan debería respetar los principios de humanidad, neutralidad, independencia e imparcialidad en la provisión de asistencia. A su vez, el plan debería incluir una evaluación independiente de la magnitud de la crisis, la priorización de la crisis por la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA) y el acceso a la importación de los alimentos, medicamentos e insumos médicos que se necesitan. Asimismo, debe crearse e implementarse un plan concertado e integral para asistir a venezolanos desplazados fuera del país, que reconozca que estos desplazamientos suelen ser por períodos prolongados.
Crisis de salud
En Venezuela están ocurriendo brotes de enfermedades que podrían prevenirse con vacunas y que ya habían sido erradicadas en el país. Estos brotes sugieren una grave disminución en la cobertura de la vacunación. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) indica al respecto:
- Entre 2008 y 2015, solamente se registró un caso de sarampión (en 2012). Desde junio de 2017, se han informado más de 9.300 casos de sarampión, de los cuales se confirmaron más de 6.200.
- No hubo en Venezuela ningún caso de difteria entre 2006 y 2015, pero desde julio de 2016 se han reportado más de 2.500 presuntos casos, incluidos más de 1.500 casos confirmados.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que la cantidad de casos confirmados de malaria en Venezuela ha aumentado en forma constante en los últimos años, de 36.000 en 2009 a más de 414.000 en 2017. Un documento oficial, elaborado en coautoría con el Ministerio de Salud de Venezuela, muestra que actualmente la malaria es endémica en el país. Expertos en salud atribuyen esto a la reducción en las actividades de control de mosquitos, la escasez de medicamentos para tratar la enfermedad y las actividades de minería ilegal, que favorecen la reproducción de los mosquitos al generar estanques de agua.
La cantidad de casos de tuberculosis informados en Venezuela aumentó de 6.000 en 2014 a 7.800 en 2016, y en informes preliminares se indica que hubo más de 13.000 en 2017. La tasa de incidencia de la tuberculosis ha aumentado en forma constante desde 2014, y en 2017 llegó a ser de 42 cada 100.000 personas, la más alta en Venezuela en 40 años.
Es difícil estimar las tendencias recientes en la prevalencia del VIH en Venezuela, dado que ha disminuido sustancialmente la cantidad de pruebas de detección que se realizan por la falta de insumos para realizar pruebas, y no se han publicado datos de seguimiento sobre nuevos diagnósticos de VIH desde 2016. Asimismo, no hay estadísticas sobre mortalidad vinculada con el VIH posteriores a 2015. No obstante, según los últimos datos disponibles, se ha producido un aumento claro de las nuevas infecciones por VIH y de las muertes relacionadas con el VIH.
Venezuela es el único país del mundo donde numerosas personas con VIH se han visto obligadas a suspender su tratamiento debido a la falta de disponibilidad de medicamentos antirretrovirales. Un informe de 2018 de la OPS estimó que casi nueve de cada diez venezolanos con VIH registrados por el Gobierno (69.308 de 79.467 personas, o el 87 %) no estaban recibiendo tratamiento antirretroviral, aunque se desconoce la cantidad total de personas que necesitan medicamentos antirretrovirales.
Crisis de nutrición
Aunque el Gobierno venezolano no ha publicado datos nacionales sobre nutrición desde 2007, la información disponible sugiere que hay un alto nivel de desnutrición:
- En 2018, la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) de la ONU indicó que, entre 2015 y 2017, el 11,7 % de la población venezolana —3,7 millones de personas— estaba subalimentada, comparado con menos del 5 % entre 2008 y 2013.
- En febrero de 2019, un vocero de la OMS sostuvo –sobre la base de un informe conjunto elaborado por la FAO, la OPS, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) – que “Venezuela había sufrido efectivamente un aumento en la cantidad de personas desnutridas”.
- Una encuesta representativa a nivel nacional, realizada por tres prestigiosas universidades de Venezuela, concluyó que el 80 % de los hogares venezolanos están en situación de inseguridad alimentaria, lo que implica que no cuentan con una fuente segura de alimentos, y que casi dos tercios de las personas encuestadas habían perdido peso (un promedio de 11 kilos) durante 2017.
- Cáritas Venezuela, una organización católica humanitaria que realiza un seguimiento del estado de la nutrición y brinda asistencia nutricional a niños y niñas en comunidades de bajos recursos en Caracas y varios estados, informó que la desnutrición aguda moderada (DAM) y la desnutrición aguda severa (DAS) entre niños y niñas de menos de cinco años aumentó del 10 % en febrero de 2017 al 17 % en marzo de 2018, un nivel indicativo de una crisis, según los estándares de la OMS. En informes posteriores, se determinó que en esos estados la tasa promedio había disminuido al 13,5 % en julio y al 9,6 % en septiembre. Sin embargo, en ese mismo período las tasas subieron del 11,6 % al 13,4 % en el estado Miranda, y del 6 % al 11,8 % en el estado Sucre.
- Una encuesta realizada por Cáritas Venezuela en septiembre de 2018 detectó que el 21 % de las mujeres embarazadas en comunidades de bajos recursos presentaban desnutrición aguda moderada o severa.
- Varios hospitales de todo el país están reportando aumentos en la cantidad de ingresos de niños y niñas que presentan desnutrición aguda moderada o severa, así como de muertes de niños y niñas con desnutrición aguda, de acuerdo con información proporcionada por profesionales de la salud venezolanos a Human Rights Watch y a la Universidad Johns Hopkins.
Impacto a través de las fronteras de Venezuela
En Colombia, el país que ha recibido a la mayor afluencia de venezolanos, la zona fronteriza de Norte de Santander ha experimentado un aumento brusco en la cantidad de casos informados de venezolanos que intentan obtener atención médica, de 182 en 2015 a 5.094 en 2018[3]. Los pacientes venezolanos buscan atención para enfermedades agudas, crónicas e infecciosas, así como acceso a atención de la salud reproductiva, prenatal y materna.
Conforme a un informe preparado por el Gobierno de Colombia en 2018, se esperaba que más de 8.000 mujeres venezolanas embarazadas que habían llegado a Colombia dieran a luz allí. La mayoría de ellas no había tenido acceso a ningún tipo de atención prenatal en Venezuela. Según manifestaron profesionales de la salud en Colombia, el deterioro en la salud materna e infantil reflejaba la falta de acceso a la atención en Venezuela. En 2018, 45 mujeres venezolanas presentaron graves enfermedades asociadas con el embarazo o el parto y siete murieron en el lado colombiano de la frontera. En Colombia, el bajo peso al nacer y la mortalidad perinatal y neonatal de bebés venezolanos han aumentado drásticamente, y en 2018 hubo 211 muertes de recién nacidos.
Los funcionarios de salud colombianos también han tenido que abordar cada vez más casos de DAS entre niños y niñas venezolanos de menos de cinco años, y la cantidad de casos pasó de cero en 2015 a dos en 2016, 13 en 2017 y 360 en 2018. En 2017, los funcionarios de la salud también registraron las primeras muertes de pacientes venezolanos debido a desnutrición (3 casos). En 2018, once venezolanos murieron por desnutrición aguda.
Brasil tuvo los primeros casos de sarampión a principios de 2018, luego de que no hubiera casos confirmados desde 2015. A enero de 2019, se han confirmado más de 10.000 casos. La cepa del virus del sarampión (D8) en Brasil es idéntica a la que provoca el brote en Venezuela. La mayoría de los casos (el 61 %) en el estado de Roraima, el principal punto de ingreso a Brasil desde Venezuela, se han registrado en venezolanos.
También la malaria ha aumentado en Roraima; la cantidad de casos entre venezolanos aumentó de 1.260 en 2015 a 2.470 en 2016 y 4.402 en 2018. Desde entonces, han seguido aumentando. Diversos médicos nos manifestaron que los venezolanos tenían más probabilidades de llegar al hospital sumamente enfermos y que a menudo era difícil tratarlos debido a su estado de desnutrición.
Los funcionarios de salud brasileños también están observando cada vez más casos de tuberculosis y VIH. Entre enero y diciembre de 2018, las autoridades de salud en Roraima habían identificado a 60 ciudadanos venezolanos con tuberculosis. Esta cifra fue mayor a la cantidad total de casos de tuberculosis entre venezolanos durante los cinco años anteriores (2013 a 2017), cuando se informó un total de 32 casos detectados en venezolanos en Roraima.
En la Clínica Especializada Coronel Mota, el principal centro de atención ambulatoria de pacientes con VIH en Roraima, en agosto de 2018 había 171 pacientes venezolanos que recibían terapia antirretroviral contra el VIH. De ellos, casi el 70 % (117) habían llegado a la clínica en busca de atención en 2018. Médicos de la clínica indicaron al equipo de Human Rights Watch y la Universidad Johns Hopkins que los venezolanos con VIH que acudían para ser atendidos a menudo estaban desnutridos y presentaban un estado avanzado de infecciones oportunistas con riesgo para la vida, debido a la falta de medicamentos antirretrovirales en Venezuela.
La responsabilidad del Gobierno de Maduro
A pesar de las evidencias abrumadoras de que Venezuela atraviesa una crisis humanitaria, en sus declaraciones públicas el Gobierno de Maduro sigue minimizando lo que ocurre, continúa censurando información sobre la crisis y ha hecho demasiado poco para paliar la situación.
Durante la gestión de Maduro, las autoridades venezolanas han ocultado la crisis al interrumpir la publicación de datos oficiales sobre salud, que antes se difundían periódicamente. También han perseguido y tomado represalias contra quienes recopilan datos o hablan sobre la escasez de comida y medicamentos. Estas acciones, sumadas a que el Gobierno no reconoce la verdadera magnitud del problema, han hecho que sea imposible efectuar un diagnóstico completo de la crisis. Ese diagnóstico es crucial para definir una respuesta humanitaria eficaz.
La falta de publicación de datos sobre salud pública por parte del Gobierno venezolano y sus acciones para reprimir a quienes hablan sobre el estado de la salud en el país, en un contexto en el que se agudiza el deterioro de los establecimientos de salud venezolanos, representan una violación de la obligación de Venezuela de respetar, proteger y efectivizar el derecho a la salud garantizado en la Constitución venezolana y en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC). El PIDESC, que fue ratificado por Venezuela, garantiza el derecho de toda persona “al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental”, así como el derecho a un “nivel de vida” adecuado, que incluye la “alimentación...adecuad[a]”.
Aunque en 2018 empezó a ingresar en el país más ayuda internacional, las entrevistas con funcionarios de organizaciones humanitarias internacionales y no gubernamentales que tienen presencia en Venezuela dejan en evidencia que, sin ninguna duda, esa asistencia no es suficiente para atender las necesidades urgentes de la población. A su vez, el Gobierno no sólo no ha reconocido la magnitud de las necesidades en el país y no ha pedido el nivel de asistencia que amerita la crisis, sino que además, en muchos casos, ha impuesto obstáculos a las actividades de las organizaciones humanitarias internacionales.
Las autoridades venezolanas del Gobierno de Maduro son las principales responsables por la falta de una respuesta internacional coordinada a la crisis en Venezuela. Al no reconocer la verdadera magnitud de la crisis ni invitar a organismos clave de la ONU a que evalúen la situación en forma independiente y coordinen una respuesta eficaz, las autoridades de Venezuela han contribuido al sufrimiento del pueblo venezolano. En vez de amenazar y hostigar a los venezolanos que están preocupados por la situación y hablan sobre los problemas en el país, las autoridades deberían hacer todo lo posible para recopilar y difundir datos sobre la crisis de salud y alimentaria. Si bien las autoridades venezolanas tienen derecho a rechazar ofrecimientos particulares de asistencia, tomar esa decisión incrementa su obligación de definir alternativas para abordar de manera efectiva las necesidades urgentes del pueblo. Las autoridades venezolanas durante la presidencia de Nicolás Maduro no han cumplido con su obligación.
Recomendaciones
La ONU debería abordar de manera prioritaria el rápido deterioro de la situación humanitaria en Venezuela. Las máximas autoridades de las Naciones Unidas y todos los órganos relevantes de la ONU deberían realizar gestiones diplomáticas proactivas con el fin de presionar a las autoridades venezolanas para que permitan que los organismos de la ONU dirijan e implementen una respuesta humanitaria a gran escala que asegure que la población venezolana reciba la asistencia humanitaria necesaria para atender sus necesidades urgentes.
- Reconocer de forma pública que Venezuela atraviesa una emergencia humanitaria compleja y priorizar la adopción, por parte de los órganos y las agencias de la ONU dedicados a la asistencia humanitaria, de medidas para abordar la crisis, incluidas las que se recomiendan en este informe;
- Expresar claramente a las autoridades de Venezuela que tienen la responsabilidad de asegurar que la ONU pueda implementar una respuesta humanitaria acorde con la gravedad de la crisis; y
- Designar al Coordinador del Socorro de Emergencia de la ONU (UN Emergency Relief Coordinator), que es además la máxima autoridad de la OCHA y el responsable de coordinar las acciones humanitarias en respuesta a emergencias, para que negocie con las autoridades venezolanas competentes con los siguientes objetivos:
- Otorgar al personal de la ONU y de organizaciones no gubernamentales (ONG) el pleno acceso a datos oficiales epidemiológicos y sobre enfermedades, seguridad alimentaria y nutrición, para que puedan llevar a cabo una evaluación independiente e integral sobre las necesidades humanitarias que determine el verdadero alcance de la crisis, así como permitirles que realicen sus propias evaluaciones independientes;
- Asegurar que se implemente en Venezuela una respuesta humanitaria a gran escala liderada por la ONU;
- Asegurar que el Equipo de la ONU en el país tenga el mandato expreso de atender la grave crisis humanitaria que atraviesa Venezuela, y que esté plenamente preparado para esa tarea;
- Asegurar que la respuesta humanitaria de la ONU en Venezuela cuente con suficientes recursos y personal para abordar la crisis;
- Eliminar los obstáculos a la posibilidad de implementar una operación humanitaria a gran escala, incluida la gestión de los permisos legales para que el personal humanitario pueda permanecer en el país y para que las organizaciones importen comida, medicamentos e insumos médicos;
- Instar a que la OCHA, Unicef, el PMA, el ACNUR y la OMS, así como otros órganos de la ONU y ONGs, incrementen su presencia en el país para facilitar la coordinación y la implementación de una respuesta a gran escala; y
- Asegurar que, en consonancia con los principios sobre Los Derechos Humanos Primero (Human Rights Up Front), todo el personal de la ONU en Venezuela y fuera del país se cerciore de que los derechos humanos de los venezolanos sean el principal factor a tener en cuenta al tomar decisiones sobre cómo abordar la crisis humanitaria[4].
- Implementar el proceso para decidir la activación del sistema de escalamiento humanitario (System-Wide Scale Up Activation), a fin de abordar la crisis humanitaria en Venezuela; y
- Asegurar que sus miembros contribuyan a implementar la activación de dicho sistema en Venezuela.
- Reunirse en forma periódica para abordar la crisis humanitaria en Venezuela y su impacto más allá de las fronteras del país;
- Solicitar informes periódicos al Secretario General y al Coordinador del Socorro de Emergencia de la ONU con respecto a la crisis humanitaria y la respuesta a esta; y
- Solicitar y analizar todos los informes, las resoluciones y otros documentos de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos y el Consejo de Derechos Humanos.
En su próximo informe sobre la situación en Venezuela, que se presentará ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en julio, la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos debería:
- Documentar las violaciones a los derechos a la salud y la alimentación en Venezuela;
- Exhortar a las autoridades a divulgar datos epidemiológicos y sobre enfermedades, seguridad alimentaria y nutrición que permitan a las agencias humanitarias de la ONU realizar una evaluación exhaustiva de necesidades humanitarias en Venezuela; y
- Recomendar que el Consejo de Derechos Humanos establezca una Comisión Internacional de Investigación que no sólo examine los abusos cometidos por autoridades venezolanas en el marco de la represión, sino además las violaciones de los derechos a la salud y la alimentación.
- Seguir realizando un atento seguimiento de la situación humanitaria en Venezuela y abordarla durante sus próximos períodos de sesiones; y
- Adoptar una resolución por la cual se cree una Comisión Internacional de Investigación que indague sobre las violaciones de los derechos a la salud y la alimentación, además de la arremetida contra opositores que tiene lugar desde 2014, en seguimiento al próximo informe sobre Venezuela de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos.
- Colaborar con la ONU en la implementación de una respuesta a gran escala, liderada por la ONU, para abordar la emergencia humanitaria de Venezuela; y
- Asegurar que Venezuela informe todos los datos pertinentes, tal como está obligado a hacerlo conforme al Reglamento Sanitario Internacional (RSI) y a los acuerdos con la OPS/OMS y otros organismos de la ONU.
Los miembros del Grupo de Lima, Estados Unidos y los gobiernos europeos deberían:
- Organizar un encuentro de alto nivel, e invitar a representantes de organizaciones humanitarias de la ONU y organizaciones de la sociedad civil venezolanas claves que trabajen en el país, con el objeto de definir un plan de asistencia humanitaria que pueda incrementar la ayuda enviada a Venezuela en el corto plazo, entre otras cosas, brindando mayor respaldo a las organizaciones de la sociedad civil que ya operan en el país;
- Canalizar asistencia humanitaria hacia Venezuela a través de la ONU, y garantizar que sea acorde con los principios de humanidad, neutralidad, independencia e imparcialidad en la provisión de asistencia;
- Seguir imponiendo y asegurar la implementación de sanciones específicas dirigidas contra funcionarios venezolanos claves implicados en violaciones de derechos humanos y asegurar que las demás sanciones contra Venezuela incluyan excepciones que permitan la importación de comida, medicamentos e insumos médicos; y
- Asegurar que se apliquen meticulosamente las sanciones dirigidas contra venezolanos implicados en violaciones de derechos humanos.
- Divulgar todos los datos epidemiológicos disponibles, a fin de que la OCHA pueda coordinar una evaluación independiente y exhaustiva de la magnitud efectiva de la crisis; y
- Permitir el pleno acceso al país por parte de organismos humanitarios de la ONU y ONG, a fin de que puedan implementar una respuesta humanitaria a gran escala para paliar la crisis.
- Seguir adoptando medidas para asegurarse de que los venezolanos en sus territorios accedan a servicios de salud adecuados, de conformidad con la obligación internacional de proteger el derecho a la salud de los migrantes y los refugiados;
- Seguir dando seguimiento a los datos de vigilancia y monitoreo para identificar necesidades de salud prioritarias entre migrantes y refugiados venezolanos, y colaborar con las autoridades de salud pública nacionales y locales, así como con la OPS, para responder a los aumentos de enfermedades infecciosas y la situación de la salud materna y neonatal;
- Mantener la voluntad política y facilitar el acceso a permisos de tránsito, tarjetas de cruce fronterizo y/o el estatus de residente temporario, según corresponda;
- Invertir en servicios de salud para acompañar los drásticos aumentos en el uso de servicios de atención médica;
- Seguir promoviendo la integración con el fin de mejorar la situación habitacional y las oportunidades económicas para los venezolanos en el extranjero y reducir al mínimo el resentimiento entre las poblaciones locales en zonas remotas y con servicios insuficientes en la frontera venezolana; y
- Seguir trabajando con agencias humanitarias de la ONU, otros gobiernos latinoamericanos y la comunidad internacional para crear, financiar y poner en práctica un plan concertado e integral que asista a los ciudadanos venezolanos desplazados que están fuera del país, y que reconozca que este desplazamiento suele ser por períodos prolongados.
Metodología
Este informe se elaboró a partir de 156 entrevistas realizadas a profesionales de la salud, personas de nacionalidad venezolana que habían llegado poco tiempo antes a Colombia y Brasil para obtener tratamiento médico por una multiplicidad de enfermedades, representantes de organizaciones humanitarias internacionales y no gubernamentales, funcionarios de la ONU y funcionarios de los gobiernos brasileño y colombiano. Las entrevistas se realizaron principalmente durante misiones de investigación en la frontera venezolana con Colombia (Cúcuta) y con Brasil (Boa Vista y Pacaraima), en julio y agosto de 2018. Algunas de las entrevistas —incluidas todas las efectuadas a médicos y otros profesionales de la salud en distintos lugares de Venezuela— se llevaron a cabo por teléfono, correo electrónico o plataformas en línea, tanto antes de los viajes de investigación como con posterioridad. Para este informe, no realizamos entrevistas presenciales en Venezuela, para preservar la seguridad de nuestro equipo y de las personas que serían entrevistadas.
Los investigadores de Human Rights Watch y de la Universidad Johns Hopkins visitaron siete hospitales públicos o centros de salud en Colombia y Brasil. Entrevistamos a 13 profesionales de la salud que trabajan allí, así como a 11 representantes de agencias de la ONU y a más de 14 funcionarios gubernamentales que se dedicaban a trabajar sobre el flujo migratorio de venezolanos. También entrevistamos a 71 venezolanos que habían cruzado la frontera hacia Colombia o Brasil, incluidos muchos que al momento de la entrevista estaban internados.
El equipo de investigación realizó 25 entrevistas a médicos o nutricionistas que trabajan en Venezuela, y otras siete entrevistas a un epidemiólogo y a representantes de asociaciones médicas de distintos estados. Los entrevistados trabajan en Caracas y en 15 estados: Anzoátegui, Apure, Barinas, Bolívar, Carabobo, Delta Amacuro, Lara, Mérida, Miranda, Nueva Esparta, Sucre, Táchira, Vargas, Yaracuy y Zulia. Asimismo, entrevistamos a más de una decena de trabajadores humanitarios de organizaciones internacionales y no gubernamentales, incluidos algunos que trabajan en Venezuela.
Las entrevistas fueron realizadas en español por personal de Human Rights Watch y/o de la Universidad Johns Hopkins. Se informó a los entrevistados sobre el modo en que se usaría la información reunida y se les explicó que podrían negarse a ser entrevistados o concluir la entrevista en cualquier momento. En algunas entrevistas, reembolsamos los gastos de transporte. Se organizó un grupo focal en Colombia, y el resto fueron entrevistas individuales con informantes clave. Los nombres de algunas fuentes han sido reemplazados por seudónimos, y los nombres de algunos profesionales de la salud no se han divulgado por razones de seguridad, conforme se indica en las citas correspondientes.
También se extrajo información sobre salud de informes de la OMS, la OPS y otros organismos de la ONU, así como del análisis de datos publicados por organizaciones venezolanas que dan seguimiento a la situación en el país, e información que nos fue proporcionada por profesionales de la salud venezolanos que trabajan en distintos lugares del país. Solicitamos a organismos de la ONU que trabajan en crisis humanitarias en todo el mundo que nos proporcionaran información sobre su respuesta en Venezuela y sus respuestas se incluyeron en este documento.
Para conocer la perspectiva oficial de las autoridades venezolanas, en febrero de 2019 enviamos una carta al ministro de Relaciones Exteriores venezolano Jorge Arreaza, en la cual pedimos que nos informara la posición oficial sobre la magnitud de la crisis y las políticas que estaban implementando para abordarla. Al momento de preparación de este documento, no habíamos recibido respuesta. Consultamos las declaraciones públicas efectuadas por altos funcionarios venezolanos, así como la información limitada que pone a disposición el Ministerio de Salud. A su vez, efectuamos una exhaustiva revisión de documentos oficiales, información difundida en medios de comunicación estatales, mensajes de Twitter publicados por funcionarios públicos y otras fuentes oficiales, a fin de evaluar la postura de las autoridades venezolanas y su apreciación sobre la crisis humanitaria que atraviesa Venezuela, así como su respuesta a la escasez de medicinas, insumos médicos y comida.
El presente informe se refiere a eventos y datos hasta el 17 de marzo de 2019, cuando fue enviado a imprenta.
Crisis de salud
Infraestructura para la atención de la salud
Sin embargo, el sistema de salud de Venezuela ha estado en declive desde 2012, y las condiciones se han deteriorado drásticamente desde 2017[8].
El sistema de salud ha sufrido una grave escasez de medicamentos e insumos médicos, la falta de acceso constante a servicios públicos en los hospitales, la emigración de los profesionales de la salud venezolanos y el deterioro de los servicios de urgencias y de la capacidad de responder a brotes de enfermedades[9]. Una encuesta nacional realizada en noviembre de 2018 por Médicos por la Salud, una red de residentes que trabajan en hospitales públicos, determinó que, de los 40 hospitales de 24 estados incluidos en la encuesta, el 76 % había indicado que se interrumpieron las pruebas de laboratorio, y el 70 % informó que hubo interrupción de los servicios de radiología. El 33 % de las camas en los hospitales no estaban disponibles para los pacientes. Muchos de los hospitales también indicaron escasez de artículos básicos para brindar atención médica: en el 67 % se habían producido cortes del servicio eléctrico, y en el 70 %, del servicio de agua. Una encuesta anterior, realizada en 104 hospitales públicos y 33 hospitales privados en todo el país, indicaba que, hasta marzo de 2018, el 88 % de los hospitales habían tenido faltantes de medicamentos, y el 79 % faltantes de insumos médico-quirúrgicos[10].
A muchas personas que acuden a hospitales para ser atendidas, se les ha pedido que llevaran sus propios insumos médicos, como jeringas y bisturíes, además de comida[11]. Debido a la inflación y a la escasez de medicamentos, las personas se han volcado al mercado negro en busca de los medicamentos que necesitan, pese a la falta de garantías de calidad. Y en todo caso, para muchas personas el costo es prohibitivo[12].
Numerosos profesionales de la salud se han ido del país, y esto deteriora todavía más las condiciones del sistema de salud. La OPS indicó en julio de 2018 que 22.000, o cerca de un tercio, de los 66.138 médicos que estaban registrados en 2014 ya se habían ido de Venezuela[13] . Con la profundización de la crisis, muchos otros se han ido desde entonces[14].
Mortalidad
Otros datos también indican que existe un problema de mortalidad materna e infantil de graves proporciones en Venezuela. Según datos de Unicef, en los últimos cinco años prácticamente se habrían duplicado las tasas de mortalidad infantil, que aumentaron un 76 %, de 14,6 muertes cada 1.000 nacimientos con vida en 2012, a 25,7 muertes cada 1.000 nacimientos con vida en 2017[17].
Los datos correspondientes a un hospital de un estado fronterizo en Venezuela muestran un rápido deterioro de la situación. De 2016 a 2018, las muertes de neonatos en el hospital aumentaron un 54 %, y la cantidad de muertes totales de niños y niñas pequeños se duplicó. El hospital también informó que hubo aumentos significativos en los ingresos de pacientes con malaria y diarrea, así como de los casos de sarampión y difteria, que en todos los casos pueden provocar mortalidad materna e infantil[18].
También estarían aumentando las tasas de mortalidad de la población venezolana en general, aunque los datos son menos recientes y previos a la crisis. Entre 2004 y 2014, la cantidad de muertes cada 100.000 personas aumentó anualmente, llegando a un aumento de casi un 20 %, de 450 a 537. Estos datos son un contraste con la situación en otros países de la región, que han informado una reducción lenta, pero constante, de la mortalidad en las últimas décadas[19]. Es probable que el menor acceso a servicios de salud de calidad y a medicamentos haya exacerbado esta tendencia en los últimos años; sin embargo, no hay estadísticas nacionales sobre mortalidad recientes.
Enfermedades que pueden prevenirse con vacunas
Entre julio de 2016 y principios de enero de 2019, se manifestaron en Venezuela 2.512 presuntos casos de difteria (1.559 confirmados), 270 de ellos fatales. Se han observado casos en varios estados del país, y la mayor tasa de incidencia se registra en niños y niñas menores de 15 años[21]. En cambio, entre 2006 y 2015, no se había informado ni un solo caso de la enfermedad en Venezuela[22].
No se registraron casos de sarampión en Venezuela entre 2008 y 2015, salvo un único caso en 2012[23]. En junio de 2017, comenzó un brote de casos de sarampión[24]. Para febrero de 2019, se reportaron 9.399 casos de personas con sarampión (6.242 casos confirmados) y 76 habían fallecido. En 2018, hubo 508 casos confirmados de sarampión entre poblaciones indígenas, y se informaron 62 defunciones[25]. Otros países —Brasil, Colombia, Ecuador, Perú y Argentina— han tenido, sin excepción, casos de sarampión importados de Venezuela. Al 30 de noviembre de 2018, en esos países había 10.140 casos confirmados de sarampión, lo que supone un aumento drástico respecto de los apenas cuatro casos que hubo en estos cinco países en 2016 y 2017. Se informaron otros casos en Estados Unidos, Canadá, México, Chile, Antigua y Barbuda, y Guatemala[26].
En marzo, continuaban en Venezuela los brotes de difteria y sarampión, según la OPS.
Malaria
Entre 2016 y 2017, se produjo en Venezuela un aumento del 69 % en los casos de malaria, la tasa de crecimiento más rápida del mundo[28]. En nueve estados, se llegó a niveles de epidemia, y el estado Anzoátegui registró un aumento del 1.341 %, de 2016 a 2017[29].
En 2017, Venezuela informó su número más alto de casos de malaria desde 1988[30]. Según diversos estudios, esto se debió a la grave escasez de medicamentos y de actividades de control de vectores, así como a la propagación de las actividades ilegales de minería, pues el agua estancada que generan favorece la reproducción de mosquitos[31].
El incremento de la malaria en Venezuela ha puesto en riesgo los avances conseguidos en el control de esta enfermedad, tanto dentro del país como en la región[32].
VIH
En 2016, el Ministerio de Salud de Venezuela calculó que 120.000 venezolanos vivían con VIH[33]. En este mismo año, el Gobierno informó 6.500 nuevos casos de VIH, es decir, un aumento del 24 % respecto del 2010. No obstante, se cree que la cifra real es muy superior, considerando la escasez de material para realizar pruebas que permitan detectar casos del VIH[34]. También podrían estar ocurriendo casos de contagio del VIH como resultado de transfusiones de sangre.
A su vez, ha aumentado la morbilidad vinculada con el VIH debido al retardo en los diagnósticos y a la gestión clínica deficiente del VIH, incluida la falta de acceso a los medicamentos necesarios[35]. Un informe de 2018 de la OPS estimó que casi nueve de cada diez venezolanos con VIH registrados por el Gobierno (69.308 de 79.467 personas, o el 87 %) no estaban recibiendo tratamiento antirretroviral, aunque se desconoce la cantidad total de personas que necesitan medicamentos antirretrovirales.[36] A pesar de las mejoras en la medicación contra el VIH que se consiguieron en la última década, que permiten regímenes de una dosis de “terapia triple” con efectos secundarios significativamente inferiores a los de las primeras drogas contra el VIH que se descubrieron hace 30 años, la tasa de mortalidad de venezolanos con VIH en 2015 fue un 38% mayor a la de nueve años antes (en 2006)[37]. Si bien el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (ONUSIDA) ha instado a que para el año 2030 haya “cero muertes relacionadas con el sida”, la falta de medicamentos contra el VIH y de pruebas de laboratorio para el control de la carga viral sugiere que, si no hay algún cambio en la situación en Venezuela, las tasas de fallecimiento de personas con VIH aumentarán a valores muy superiores a los de países vecinos[38]. Ninguno de los 339 bancos de sangre de Venezuela tenía insumos para pruebas de detección del VIH.[39]
Tuberculosis
El deterioro del sistema de salud y la falta de insumos médicos han menoscabado la posibilidad de realizar pruebas de detección de tuberculosis. Diversos médicos han manifestado que los pacientes no consiguen tratamiento en centros de salud regionales, y en cambio deben viajar a grandes centros urbanos para ser tratados[43]. Según la Organización Mundial de la Salud, el programa nacional de tuberculosis de Venezuela solamente recibió fondos para cubrir el 14 % de su presupuesto en 2018[44].
Crisis de nutrición
El Gobierno venezolano dejó de divulgar datos oficiales sobre nutrición en 2007[45]. No obstante, otras fuentes, incluida la información reunida por profesionales de la salud y organizaciones no gubernamentales en Venezuela, sugieren aumentos alarmantes en los niveles de desnutrición.
En 2018, la FAO indicó que, entre 2015 y 2017, el 11,7 % de la población venezolana —3,7 millones de personas— estaba subalimentada, comparado con menos del 5 % entre 2008 y 2013[46]. En febrero de 2019, un vocero de la OMS confirmó que “Venezuela había sufrido efectivamente un aumento en la cantidad de personas desnutridas”, basándose en un informe conjunto elaborado por la FAO, la OPS, Unicef y el PMA[47].
Deterioro de la seguridad alimentaria
Prevalencia creciente de la desnutrición aguda
La organización no gubernamental Cáritas, vinculada con la Iglesia católica, ha recopilado datos sobre desnutrición de niños y niñas menores de cinco años en siete estados del país. En cada estado observado por Cáritas, se relevaron entre cuatro y siete lugares vulnerables, y en cada uno se tomaron entre 725 y 1.445 muestras. La evaluación detectó un aumento en la desnutrición infantil aguda entre 2016 y principios de 2018, seguida por un descenso en algunos estados relevados.
Cáritas informó que la DAM y la DAS entre niños y niñas de menos de cinco aumentó del 10 % en febrero de 2017 al 17 % en marzo de 2018, un nivel indicativo de una crisis, según los estándares de la OMS[56]. En informes posteriores se determinó que en esos estados la tasa general había disminuido al 13,5 % en julio y al 9,6 % en septiembre. Sin embargo, en ese mismo período las tasas subieron del 11,6 % al 13,4 % en el estado Miranda, y del 6 % al 11,8 % en el estado Sucre[57].
La Fundación Bengoa, una organización sin fines de lucro, también identificó evidencias de que están empeorando las condiciones nutricionales entre los niños y las niñas. Su estudio observó a niños y niñas en edad preescolar inscritos en programas de alimentación en diez escuelas distintas del país. En tres de las escuelas encuestadas por Bengoa, se observó un aumento de la desnutrición aguda, del 3,3-3,4 % en el año escolar 2014/2015 al 15,5 % en 2017. Varias escuelas examinadas en el estado Anzoátegui tenían tasas de desnutrición aguda del 16,7 %[58]. Como ocurría en las áreas evaluadas por Cáritas, la prevalencia de la desnutrición aguda en los lugares analizados por la Fundación Bengoa superaba los niveles de crisis establecidos por la OMS.
Los estudios realizados por Cáritas y por la Fundación Bengoa se basaron en poblaciones específicas de Venezuela y no pueden considerarse representativos del país en su totalidad. Sin embargo, sus datos sugieren altos niveles de desnutrición aguda en al menos algunas comunidades vulnerables.
Otros datos también muestran desnutrición en adultos, sobre todo en mujeres embarazadas. Una encuesta realizada por Cáritas entre julio y septiembre de 2018 identificó que el 21 % de las mujeres embarazadas en comunidades de bajos ingresos presentaba desnutrición aguda[59]. Asimismo, la Encuesta sobre Condiciones de Vida en Venezuela (ENCOVI) 2017 informó que el 64,3 % de la población evaluada había perdido peso durante el año precedente, y el promedio de pérdida de peso entre adultos era de 11,4 kilos[60].
Aumento de los ingresos en hospitales con desnutrición aguda
A mediados de 2018, la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría informó que el 72 % de los niños y niñas que acudían a servicios de urgencia en los hospitales tenían algún nivel de problemas de nutrición, producto de una dieta inadecuada[62]. El grupo informó, asimismo, sobre un rápido aumento en la cantidad de niños y niñas que se presentaban en los hospitales con enfermedades vinculadas con la alimentación, como emaciación y pelagra[63]. La emaciación, o delgadez extrema, es un tipo de desnutrición aguda provocada por una ingesta calórica insuficiente, mientras que la pelagra es causada por la deficiencia de vitaminas. Si no son tratadas, ambas pueden ser letales.
Un hospital pediátrico en Venezuela indicó que, en 2014 y 2015, cerca de 30 niños y niñas fueron ingresados cada año con desnutrición aguda severa. Esta cantidad tuvo un aumento súbito, a más de 95 ingresos por año, tanto en 2016 como en 2017. La proporción de niños y niñas ingresados por desnutrición aguda severa en ese hospital, en comparación con la cantidad total de niños que llegaron al hospital por primera vez, subió del 5,4 % en 2014 al 15,8 % en 2016, y al 20 % en 2017[64].
En otro estado venezolano, un hospital registró entre 180 y 220 niños y niñas ingresados anualmente con desnutrición aguda entre 2011 y 2013. Estos ingresos crecieron a más de 300 en 2014, y en 2017 llegaron a más de 600 niños y niñas admitidos con desnutrición aguda. Esto implica que el valor se triplicó en tres años[65].
Impacto a través de las fronteras de Venezuela
Impacto en Colombia
Enfermedades infecciosas
El aumento en el número de casos de enfermedades infecciosas se debe probablemente tanto a la creciente cantidad de venezolanos que llega a Colombia, como al deterioro de la salud de quienes viven en Venezuela. Una de las iniciativas implementadas por las autoridades colombianas para contrarrestar la crisis de salud en la frontera ha sido el suministro de vacunas: se proporcionaron 58.580 en 2017 y 789.292 en 2018, en tres cruces de frontera en Norte de Santander (además de cantidades menores en otros puntos) a poblaciones vulnerables, mayormente conformadas por venezolanos[71]. Esto significa que hubo un aumento de 1.274 % durante este período.
Salud de las mujeres y violencia de género
En Colombia hay, por lo menos, 454.000 mujeres migrantes venezolanas[72]. A muchas les resulta difícil acceder a servicios de atención de la salud y enfrentan amenazas de explotación y abuso sexual, trata de personas y violaciones de los derechos sexuales y reproductivos. Más del 12 % de los eventos en salud pública informados en 2018 se clasificaron como casos de violencia de género, y algunas evidencias sugieren que las mujeres de comunidades indígenas están expuestas a riesgos aún mayores[73].
Salud materna e infantil
La cantidad de niñas y mujeres embarazadas provenientes de Venezuela a quienes el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar brindó atención trepó de 22.113 en 2017 a casi 55.544 entre enero y septiembre de 2018, en todos sus programas[76].
Según el sistema de vigilancia de salud en Norte de Santander, la cantidad de eventos en salud materna y perinatal o neonatal entre venezolanas ha ido en aumento (Gráfico 2). Cuarenta y cinco mujeres venezolanas presentaron graves enfermedades asociadas con el embarazo o el parto, y siete murieron en 2018, mientras que antes de la crisis en 2015, sólo se habían reportado dos casos de morbilidad materna extrema y ningún caso de mortalidad materna en Norte de Santander[77].
De manera similar, el bajo peso al nacer y la mortalidad perinatal y neonatal de bebés venezolanos han aumentado consideradamente. En 2015 murieron cuatro recién nacidos, mientras que en 2018 fueron 211[78] . La caída en salud materna e infantil probablemente refleja la falta de disponibilidad de atención en Venezuela. Diversos médicos colombianos describen un importante aumento en la demanda de atención prenatal y números más altos de partos de mujeres que informan no haber tenido suficiente atención prenatal[79]. Según el Hospital Universitario Erasmo Meoz en Cúcuta, el único hospital de atención terciaria de Norte de Santander, en 2018 se produjeron 2.944 partos de bebés venezolanos[80].
Carga migratoria sobre el sistema de salud
En julio de 2018, funcionarios colombianos dijeron que el Gobierno había proporcionado a inmigrantes venezolanos 2.200 millones de pesos colombianos (aproximadamente USD 730.660) en atención que no era de emergencia, como resultado de fallos judiciales que reconocían a los venezolanos el derecho a recibir esta atención. Ese monto no incluye las vacunas, que se ofrecen gratis a todas las personas que las solicitan[82] . Asimismo, el Gobierno colombiano, por motivos humanitarios y mediante un permiso especial, brinda atención adicional en algunos casos específicos, en la medida en que eso es posible en función de los recursos disponibles; por ejemplo, en algunos casos de cáncer infantil.
El Hospital Universitario Erasmo Meoz trató a 14.953 pacientes venezolanos en 2018[83]. A su vez, la demanda de atención médica ha aumentado tanto entre los venezolanos como entre los colombianos que vivieron en Venezuela durante mucho tiempo y ahora han regresado a Colombia (a quienes se llama “retornados”). Sin embargo, las cifras oficiales no expresan la verdadera magnitud de esa carga, ya que los retornados son registrados como ciudadanos colombianos. Debido al mayor volumen de casos, los tiempos de espera son más prolongados, han surgido inquietudes con respecto a la capacidad de atención y los costos para los establecimientos de salud de Colombia han aumentado. El espacio en unidades de cuidados intensivos es limitado, al igual que las opciones para derivar a los venezolanos, ya que la mayoría carece de seguro colombiano. A menudo es imposible atenderse en hospitales especializados (ubicados, por lo general, en las principales ciudades) debido a su costo o a que quizás los pacientes no pueden acceder a ellos por su condición migratoria[84].
Nutrición
La Cruz Roja ha iniciado controles en varios puestos de salud, y hay albergues y comedores comunitarios que también cuentan con personal de enfermería que ofrece controles; sin embargo, los programas no son generalizados y la posibilidad de hacer un seguimiento de las personas es difícil debido al desplazamiento de las poblaciones. Aunque no tuvimos acceso a datos de la Cruz Roja, en un comedor comunitario nos indicaron que habían detectado diez niños y niñas con desnutrición aguda, que recibían alimentos complementarios[87].
El equipo de Human Rights Watch y la Universidad Johns Hopkins realizó una rápida evaluación de 115 niños y niñas de entre 6 y 59 meses en un comedor comunitario cerca de la frontera, en Cúcuta, y no detectó casos de desnutrición aguda grave o moderada. Sin embargo, sí encontró ocho niños y niñas (7 % del total) en riesgo de sufrir desnutrición aguda[88]. En Norte de Santander en general, el Gobierno colombiano, en coordinación con el PMA, proporciona alimentos complementarios a niños y niñas con desnutrición pero es difícil evaluar si la cobertura es suficiente, ya que no existen datos disponibles sobre prevalencia de la desnutrición aguda y resulta difícil calcular el tamaño de la población.
Impacto en Brasil
Enfermedades infecciosas
El brote de sarampión, que puede prevenirse con vacunas y comenzó en Venezuela en 2017 como resultado de períodos en los cuales no se brindó cobertura de vacunación, ha cruzado la frontera hacia Brasil. Los últimos casos confirmados de sarampión en Brasil se habían producido en 2015. En febrero de 2018, se informaron los primeros nuevos casos en Roraima, seguidos de casos en Amazonas, que a febrero de 2019 tiene la mayor cantidad de casos confirmados (9.804)[92]. A febrero de 2019, en Brasil se había confirmado un total de 10.394 casos, incluidas 12 muertes[93].
La cepa del virus del sarampión (D8) en Brasil es idéntica a la que provoca el brote en Venezuela. Hasta febrero de 2019, la mayoría (el 61 %) de los casos confirmados en Roraima se había producido entre personas de nacionalidad venezolana, en especial, entre miembros de poblaciones indígenas. Sin embargo, la veloz propagación de la enfermedad entre los brasileños pone en evidencia deficiencias en la cobertura de vacunación, en especial en Boa Vista[94]. A fin de controlar el brote, en agosto de 2018 las autoridades de salud pública llevaron adelante una campaña de vacunación por tres días, durante la cual se administraron 38.744 dosis de vacunas contra el sarampión a niños y niñas menores de cinco años en Roraima[95]. La cobertura de vacunación contra el sarampión en Boa Vista mejoró de un 66,8 % a un 95,3 % luego de la campaña[96]. Hasta febrero de 2019, cuatro personas (tres venezolanos y un brasileño) habían muerto por sarampión durante este brote en Roraima[97].
En Roraima también han aumentado los casos de malaria tras el sustancial aumento de esa enfermedad en Venezuela, en especial en Bolívar, el estado venezolano que limita con Roraima. La cantidad de casos de malaria entre los venezolanos se incrementó de 1.260 en 2015 a 2.470 en 2016 y 4.402 en 2018, y continúa en aumento desde entonces[98]. Diversos médicos nos manifestaron que, en comparación con los brasileños, los venezolanos tenían más probabilidades de morir de malaria y de llegar al hospital sumamente enfermos, y que a menudo era complejo tratarlos debido a su estado de desnutrición[99].
También han aumentado los casos de tuberculosis y de VIH entre los venezolanos en Roraima. Entre enero y diciembre de 2018, las autoridades de salud de ese estado detectaron 60 nuevos casos de tuberculosis entre venezolanos. Esta cifra superó la cantidad total de casos de tuberculosis entre venezolanos durante los cinco años anteriores (2013 a 2017), período en el cual se informó un total de 32 casos de esa enfermedad en personas de nacionalidad venezolana en Roraima[100]. La cantidad de casos en 2018 casi se septuplicó en comparación con el mismo período de 2017. Este aumento incrementa la presión que ya existe sobre el sistema de salud brasileño, dado que el tratamiento contra la tuberculosis es complejo y requiere de recursos significativos.
De acuerdo con el Departamento de Vigilancia de la Salud de Roraima, en 2018 hubo 56 nuevos casos de VIH entre venezolanos[101]. Esta cifra superó en más del triple la de 2017. En la Clínica Especializada Coronel Mota, el principal centro de atención ambulatoria de pacientes con VIH en Roraima, en agosto de 2018 había 171 venezolanos que recibían terapia antirretroviral contra el VIH[102]. Algunos médicos de la clínica nos dijeron que los pacientes venezolanos que acudían para ser atendidos se presentaban muy enfermos y, con frecuencia, estaban desnutridos o padecían infecciones oportunistas con riesgo para la vida. En agosto de 2018, más de la mitad de los pacientes que se encontraban en el pabellón de enfermedades infecciosas del Hospital General de Roraima eran personas de nacionalidad venezolana que recibían tratamiento para síntomas del sida. Cuatro pacientes informaron que la terapia antirretroviral no estaba disponible en Venezuela desde hacía por lo menos siete meses, y que, antes de eso, era frecuente que escasearan los medicamentos antirretrovirales. Por lo tanto, se vieron obligados a dejar de tomar medicamentos vitales o a seguir una terapia inadecuada, lo cual puede conllevar resistencia a los medicamentos para el VIH y limitar futuras opciones de tratamiento.
Carga migratoria sobre el sistema de atención de la salud
El marcado incremento en el volumen de pacientes en estos dos hospitales supuso una gran presión sobre los recursos disponibles. Los directores de los hospitales comunicaron que habían tenido escasez de medicamentos e insumos básicos, como antibióticos, medicamentos cardíacos, fluidos intravenosos, jeringas y electrodos para electrocardiogramas[104].
Además del mayor número de casos, la gravedad de las enfermedades con las que se presentan los pacientes venezolanos (que refleja la escasez de atención y de medicamentos en Venezuela) también ha llevado al límite al sistema de atención de la salud. No sorprende que los problemas de salud sean más graves entre los venezolanos con menos recursos. Aquellos que viven en albergues y en la calle informaron al equipo de Human Rights Watch y de la Universidad Johns Hopkins que tenían necesidades de salud considerables: el 35 % de las personas entrevistadas expresó que necesitaba atención para condiciones crónicas (asma, diabetes, enfermedad cardiovascular, VIH, tuberculosis o trastornos convulsivos), y el 60 % informó haber perdido más de 10 libras (o casi cinco kilos) de peso antes de llegar a Brasil. Más del 80 % de las mujeres venezolanas informó haberse encontrado en situación de inseguridad alimentaria durante el embarazo[105]. La desnutrición y las condiciones crónicas no tratadas acarreaban complicaciones y dificultaban el tratamiento. En el Hospital General de Roraima, por ejemplo, más de la mitad de los pacientes admitidos en el pabellón de oncología eran venezolanos con tumores malignos metastásicos, muchos de los cuales no tenían posibilidades de cura[106]. En el Hospital Materno Infantil, un complejo habitacional para madres con recién nacidos en la unidad de cuidados intensivos neonatales, estaba ocupado principalmente por personas venezolanas, y el hospital debió arrendar más incubadoras para atender la creciente cantidad de bebés nacidos prematuramente. La directora del hospital informó que las mujeres venezolanas tenían un riesgo mucho más alto de sufrir complicaciones debido a la falta de atención prenatal, desnutrición, anemia y malaria durante el embarazo[107].
Para aliviar la carga de los hospitales, como parte de la Operación Bienvenida (Operação Acolhida) implementada por el Gobierno federal en Brasil, se proporciona atención de salud básica. Las Fuerzas Armadas han enviado médicos, farmacéuticos, profesionales de enfermería y funcionarios de salud pública a Roraima para brindar atención a personas venezolanas[108]. Dos o tres veces por semana, equipos de atención de la salud visitan cada albergue y brindan atención para condiciones comunes, incluidas enfermedades como enfermedades diarreicas, parásitos intestinales, infecciones respiratorias, infecciones cutáneas y desnutrición. Además, se han enviado médicos a la localidad fronteriza de Pacaraima, donde trabajan en un puesto de control y vacunación en el punto de ingreso al país.
En agosto de 2018, se vacunaba a venezolanos que solicitaban asilo o residencia en Pacaraima (pero no en Boa Vista) contra sarampión, parotiditis, rubéola, tétanos, tos ferina y fiebre amarilla, salvo que se negaran o proporcionaran documentación que demostrara que contaban con la vacunación adecuada. Entre el 24 de marzo de 2018 y el 30 de agosto de 2018, 4.455 venezolanos recibieron servicios en este lugar. Además, en junio de 2018 se inauguró un establecimiento de atención de la salud de tipo militar con salas privadas para revisaciones médicas y flebotomía, una farmacia que contaba con los medicamentos de uso común, y una sala con camas de hospital para observación y con capacidad para llevar a cabo procedimientos sencillos. En septiembre de 2018, el Gobierno federal empezó a proporcionar vacunación a solicitantes en Boa Vista[109].
La responsabilidad del Gobierno venezolano
La crisis humanitaria en Venezuela está vinculada con un colapso más amplio de la economía del país. Numerosos analistas han sostenido que las propias políticas del Gobierno han contribuido a provocar la crisis económica o han permitido que persistiera[110]. Independientemente de cuáles sean las causas subyacentes, el Gobierno está obligado a realizar todos los esfuerzos posibles para emplear los recursos a su alcance para cumplir con sus obligaciones mínimas conforme al derecho internacional y revertir el deterioro en el acceso, por parte de los venezolanos, a una alimentación y a servicios de salud adecuados. Sin embargo, durante la presidencia de Nicolás Maduro, el Gobierno venezolano ha negado la crisis, ocultado estadísticas y datos sobre salud y nutrición, hostigado a profesionales de la salud que denuncian lo que ocurre realmente en el país y obstaculizado la posibilidad de que llegue al pueblo venezolano asistencia humanitaria suficiente. Con estas políticas y prácticas, las autoridades han contribuido al agravamiento de la crisis humanitaria documentada en este informe.
Los derechos a la salud y la alimentación
El PIDESC, que fue ratificado por Venezuela en 1978, garantiza el derecho de toda persona “al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental”, así como el derecho a un “nivel de vida” adecuado, que incluye la “alimentación...adecuad[a]”[111]. El derecho a la salud también está contemplado en la Constitución venezolana[112].
El Gobierno venezolano tiene la obligación de trabajar para lograr la efectividad progresiva de estos derechos a lo largo del tiempo “por todos los medios apropiados” y “hasta el máximo de los recursos de que disponga”[113]. El Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, un referente para los Estados en la implementación del PIDESC, ha ratificado que los Estados también tienen la obligación absoluta e inmediata de asegurar “como mínimo la satisfacción de niveles esenciales” de todos los derechos consagrados en el pacto, “incluida la atención primaria básica de la salud”[114].
En 2013, el Relator Especial de la ONU sobre el derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental apuntó que “[s]e entiende que varios aspectos del derecho a la salud se van haciendo efectivos de manera progresiva, aunque hay ciertas obligaciones básicas que imponen obligaciones inmediatas a los Estados, lo que incluye facilitar medicamentos esenciales a todas las personas de manera no discriminatoria”[115]. Según el relator, estos medicamentos esenciales incluyen analgésicos, antiinfecciosos, antibacterianos, antituberculosos, antirretrovirales, hemoderivados, medicamentos cardiovasculares, vacunas y vitaminas. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU, por su parte, ha señalado reiteradamente que los Estados deberían asegurar medicamentos esenciales que sean asequibles, seguros, eficaces y de buena calidad[116].
Con arreglo a la Convención sobre los Derechos del Niño, que fue ratificada por Venezuela en 1990, los Estados deberían garantizar “el derecho del niño al disfrute del más alto nivel posible de salud y a servicios para el tratamiento de las enfermedades y la rehabilitación de la salud”. La Convención estipula expresamente que los Estados Partes deberían adoptar medidas adecuadas para “reducir la mortalidad infantil y en la niñez”, “combatir las enfermedades y la malnutrición” y “asegurar atención sanitaria prenatal y postnatal apropiada a las madres”[117].
El Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales ha expresado que el derecho a la alimentación adecuada “se ejerce cuando todo hombre, mujer o niño, ya sea sólo o en común con otros, tiene acceso físico y económico, en todo momento, a la alimentación adecuada o a medios para obtenerla”. El derecho a la alimentación adecuada implica la disponibilidad de alimentos “en cantidad y calidad suficientes para satisfacer las necesidades alimentarias de los individuos” y que los alimentos estén disponibles en formas que “no dificulten el goce de otros derechos humanos”[118]. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) ha subrayado lo siguiente:
El derecho a la alimentación no es un derecho a ser alimentado, sino principalmente el derecho a alimentarse en condiciones de dignidad. Se espera que las personas satisfagan sus propias necesidades con su propio esfuerzo y utilizando sus propios recursos. Una persona debe vivir en condiciones que le permitan o producir alimentos o comprarlos... El derecho a la alimentación requiere que los Estados provean una atmósfera propicia en que las personas puedan utilizar su plena potencialidad para producir o adquirir alimentación adecuada para ellos mismos y sus familias[119].
También en este sentido, el Relator Especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación ha interpretado que ese derecho exige tener “acceso regular, permanente y sin restricciones a la alimentación, ya sea directamente o a través de la compra, a un nivel suficiente y adecuado”[120].
El PIDESC exige a los Estados Partes no sólo adoptar medidas por separado, sino además trabajar “mediante la asistencia y la cooperación internacionales” para garantizar la efectividad y la protección de todos los derechos del pacto a nivel mundial”[121]. Esto atañe, principalmente, al principio según el cual los Estados relativamente ricos deberían brindar asistencia y cooperación a otros Estados que lo necesiten. Sin embargo, también implica que los Estados tienen al menos cierto grado de responsabilidad de procurar obtener asistencia y cooperación internacional cuando no tengan los medios independientes para cumplir sus obligaciones conforme al PIDESC[122].
Aunque el Gobierno venezolano podría tener motivos válidos para evitar ciertas fuentes o tipos de asistencia, debería hacer todo lo posible por identificar fuentes adecuadas de asistencia externa, en la medida necesaria, para responder a la crisis de salud y a la escasez de alimentos en el país.
Negación de la crisis
La negación pública de la crisis humanitaria en Venezuela ha sido una política constante del Gobierno durante años. A su vez, las máximas autoridades del país han difundido públicamente información engañosa o falsa sobre la magnitud de la crisis.
El 16 de mayo de 2018, el Presidente Maduro manifestó que “es mentira lo del sarampión y la difteria, nosotros vacunamos a toda la población totalmente gratuita” y que “a nivel alimentario, Venezuela tiene políticas únicas y por esa vía nosotros hemos logrado llevar adelante un programa que nos ha permitido mantener los niveles de alimentación necesarios para la población”[123]. Algunos días después, la viceministra de Salud, Indhriana Parada, ofreció un discurso ante la Organización Mundial de la Salud en el cual destacó los “logros” del sistema de salud venezolano. Afirmó que “en Venezuela no existe una crisis humanitaria” y que “Venezuela garantiza el acceso a los medicamentos esenciales mediante una política de distribución a la población más vulnerable”[124]. En el caso de la malaria, sostuvo que las medidas implementadas por el Gobierno habían “disminuir en un 50 %” la incidencia de casos[125]. Recientemente, otros altos funcionarios han hecho declaraciones similares[126].
Cuando el Gobierno de Venezuela ha admitido la existencia de alguna escasez, lo ha hecho sin reconocer la verdadera magnitud del problema ni todos los factores que lo generan, como sus propias políticas y prácticas.
Por ejemplo, un informe elaborado en julio de 2018 por la OPS, ONUSIDA y el Ministerio de Salud de Venezuela reconoce la escasez de materiales necesarios para detectar y prevenir el VIH, la malaria y la tuberculosis. Señala como causa de esto, entre otros motivos, la falta de financiamiento, la ausencia de suficientes productores farmacéuticos en Venezuela y el mercado negro para los medicamentos[127].
En septiembre de 2018, el ministro de Relaciones Exteriores Jorge Arreaza manifestó ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU que “no hay crisis humanitaria en Venezuela”, sino en cambio una “crisis económica” que, según afirma, está provocada por las sanciones impuestas por EE. UU. y la Unión Europea, a las que se refirió como “medidas coercitivas unilaterales” que hacían que fuera “difícil para Venezuela recibir e importar lo básico para la alimentación y la salud de nuestro pueblo”[128].
La mayoría de las sanciones —incluidas las impuestas por Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea, así como varios gobiernos latinoamericanos— se limitan a cancelar las visas e inmovilizar los activos de funcionarios clave implicados en abusos y hechos de corrupción[129]. No apuntan en absoluto contra la economía venezolana.
En 2017, Estados Unidos también impuso sanciones financieras, incluida la prohibición de operar con nuevas acciones y bonos emitidos por el Gobierno y la empresa petrolera estatal[130]. En estas medidas incluyen una excepción para las transacciones cuyo fin sea comprar alimentos y medicamentos. El 28 de enero de 2019, Estados Unidos extendió las sanciones para alcanzar al Banco Central de Venezuela y la compañía petrolera estatal PDVSA[131]. En la medida en que estas últimas sanciones afecten la posibilidad de las autoridades venezolanas de importar medicamentos y comida, podrían agravar la actual crisis humanitaria. No obstante, no es posible sostener que estas sanciones han causado la crisis, ya que, como se muestra en este informe, la crisis es anterior a estas sanciones.
Ocultamiento de estadísticas y de información sobre salud
El Gobierno venezolano ha intentado ocultar la crisis al no generar información oficial sobre salud en forma periódica. Luego de haber publicado boletines epidemiológicos semanales desde 1938 con información sobre más de 72 enfermedades, el Gobierno dejó de publicarlos en 2015[132].
Tras casi dos años en los cuales el Ministerio de Salud de Venezuela no publicó estos boletines mensuales, en mayo de 2017, de manera repentina, divulgó boletines epidemiológicos para la mitad de 2015 y todo 2016. El boletín correspondiente a la última semana de 2016 fue particularmente notable, pues mostró un aumento del 30 % en la mortalidad infantil, un aumento del 65 % en la mortalidad materna, un aumento de la difteria e incrementos en la incidencia de la malaria, el zika, la tuberculosis y la hepatitis A[133].
Luego de que se publicara esta información, el Presidente Maduro despidió a la entonces Ministra de Salud, Antonieta Caporale, y la reemplazó con un incondicional suyo, Luis López[134]. Los boletines epidemiológicos fueron dados de baja rápidamente del sitio web oficial del Ministerio de Salud y no han sido publicados nuevamente. Desde entonces, no se han publicado otros boletines oficiales, y las autoridades no han difundido otros datos oficiales relativos a los temas que se abordaron en siete décadas de boletines epidemiológicos. Por tal motivo, no hay información oficial de pública consulta sobre estas cuestiones de salud en Venezuela para los años 2017 y 2018.
Esta no fue la primera vez que el Gobierno se llamó a un “silencio epidemiológico”. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos informó en junio de 2018 que “el Gobierno [de Venezuela] se había negado a divulgar la información necesaria para evaluar la dimensión y las consecuencias de la crisis de salud, por ejemplo, mediante los boletines epidemiológicos semanales y el anuario sobre mortalidad”[135]. La organización de derechos humanos venezolana PROVEA ha informado que, durante los años de Chávez y Maduro, el Gobierno ha suspendido la información epidemiológica en tres oportunidades[136].
La falta de publicación de información oficial no implica que el Gobierno no tenga los datos o no pueda recabarlos. De hecho, el Gobierno venezolano brinda periódicamente información a la OPS, que luego incluye los datos oficiales transmitidos por las autoridades venezolanas en sus propios informes. Por ejemplo, las actualizaciones epidemiológicas sobre difteria, sarampión y otras enfermedades que publica la OPS incluyen información que, como se indica en esos mismos documentos, son “datos del Ministerio del Poder Popular para la Salud de Venezuela y reproducidos por la OPS/OMS”[137].
Varios médicos entrevistados por Human Rights Watch en distintas regiones del país manifestaron que siguen reuniendo y sistematizando datos, y que los comunican a las autoridades de salud nacionales, pero que el Gobierno no los difunde. Por ejemplo, el caso de un médico en Caracas, que explicó que trabaja en un hospital “centinela” que forma parte del Sistema de Vigilancia Alimentario y Nutricional de Venezuela (SISVAN), por medio del cual se evalúa el estado nutricional de los venezolanos. El médico contó que las autoridades de Salud “vienen todos los meses y me piden la data. Por eso sé que tienen toda la data, mes por mes, por lo menos de nuestro hospital. No es que yo se las llevo, es que ellos vienen a pedírmela sin falta. La tienen y no la publican”[138]. Otro médico del interior del país nos dijo que transmiten datos pero que “la cifra no aparece por ninguna parte”[139].
Una médica entrevistada por Human Rights Watch nos proporcionó estadísticas sobre desnutrición infantil correspondientes a uno de los estados occidentales del país, que había obtenido a través de un colega en el Instituto Nacional de Nutrición[140]. Otro médico brindó a Human Rights Watch datos que el hospital donde él trabaja recopiló y analizó en forma sistemática en 2016, 2017 y 2018 sobre nacimientos, mortalidad materna, tasas de mortalidad y casos de malaria y difteria, entre otras enfermedades. El médico aseveró que la información había sido transmitida a las autoridades[141]. Y un grupo de médicos proporcionó a Human Rights Watch una copia de un documento con información sobre mortalidad infantil, desnutrición e incidencia de malaria en un estado venezolano. Esta información había sido proporcionada a las autoridades de salud del estado, la Defensoría del Pueblo y la Fiscalía General de la República. En el documento se afirma que la respuesta de las autoridades fue el “silencio epidemiológico y la negación de la realidad”[142].
Hostigamiento y represalias contra profesionales de la salud que informan sobre la crisis
En enero de 2018, el Presidente Maduro calificó de “bandidos” y “traidores a la patria” a quienes alertaban sobre la crisis humanitaria”[143]. En un país sin independencia judicial, donde los críticos y opositores han sido encarcelados arbitrariamente y sometidos a abusos, y donde el hambre y el acceso a los servicios sociales se han usado como mecanismo de control social y político, estas palabras funcionan como amenazas que deben tomarse muy en serio[144].
En octubre de 2016, Human Rights Watch difundió un informe en el que se documentaban ejemplos de represalias contra profesionales de la salud que se pronunciaron contra la crisis[145]. Durante las investigaciones realizadas en 2018 para esta nueva publicación, determinamos que autoridades gubernamentales y hospitalarias siguen persiguiendo y tomando represalias contra profesionales de la salud, pero ahora no sólo lo hacen cuando estos profesionales protestan ante la escasez, sino además cuando informan sobre estadísticas y sobre los motivos verdaderos por los cuales los pacientes están siendo internados o mueren.
Diversos medios de comunicación independientes de Venezuela y la organización venezolana Espacio Público, que da seguimiento a la situación de la libertad de expresión en el país, han informado sobre varios casos de profesionales de la salud que sufrieron represalias u hostigamiento por hablar abiertamente acerca de la crisis en 2018.
En febrero de 2018, miembros del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN) habrían amenazado al Dr. Feder Álvarez con la posibilidad de ser detenido, poco después de que habló en público sobre el fallecimiento de seis niños en un hospital por intoxicación, tras ingerir alimentos no aptos para el consumo humano[146].
También en febrero, la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría indicó que personal hospitalario habría amenazado con despedir a médicos de un hospital del estado Nueva Esparta, luego de que se manifestaran para alertar sobre la crisis, y que miembros de la Guardia Nacional Bolivariana no permitieron que médicos de otro hospital se manifestaran, llamándolos “guarimberos”, un término que usan las autoridades venezolanas para referirse a opositores[147].
En julio, varios pediatras de un hospital en el estado Cojedes fueron despedidos meses antes de que venciera su contrato, después de participar en una manifestación sobre la crisis de salud, según Espacio Público. Uno de los médicos habría señalado que, algunas semanas antes, autoridades hospitalarias los habían acusado de “guarimberos”[148].
En octubre, miembros del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) de Venezuela habrían detenido a cinco profesionales de enfermería en una manifestación por la escasez de medicamentos en el estado Anzoátegui, y los retuvieron dos días[149].
En febrero de 2019, una enfermera que trabajaba en el principal hospital de niños de Caracas señaló que guardias de seguridad y militares la introdujeron por la fuerza en una habitación, y allí la amenazaron con armas de fuego mientras le preguntaban si estaba entregando comida y tomando fotografías de pacientes, conforme trascendió en los medios. Habría sido retenida durante 40 minutos y obligada a firmar un documento que no pudo leer, según afirmó[150].
También en febrero de 2019, funcionarios venezolanos allanaron la sede de la Fundación Mavid, una organización que ha trabajado para ayudar a personas con VIH a acceder a medicamentos. Jonathan Mendoza, Wilmer Alvarez y Manuel Armas, activistas sobre el VIH relacionados con la Fundación Mavid, fueron detenidos en un allanamiento, según la Red Mundial de Personas que Viven con el VIH[151].
ACNUDH también ha informado que el Gobierno ha amenazado a médicos y pacientes que hablaban abiertamente sobre la situación de salud, y en algunos casos ha detenido de manera arbitraria a estas personas[152].
Por ejemplo, en medios locales se informó que, en mayo de 2018, miembros de las fuerzas de seguridad dispersaron en forma violenta una manifestación de médicos del Hospital Adolfo Pons en el estado Zulia, que estaban protestando por la escasez de medicamentos e insumos médicos. Policías estatales habrían golpeado a varios médicos y detenido a dos. En los medios venezolanos se informó que uno presentaba varios cortes en el rostro y una fractura[153]. En marzo de 2019, miembros de las fuerzas de seguridad y de grupos armados partidarios del gobierno habrían amenazado a padres de niños atendidos en el principal hospital pediátrico de Caracas con la posibilidad de violación sexual y detención, si seguían “difundiendo [sus] mentiras viciosas” sobre lo que ocurría dentro del hospital[154].
La totalidad de los 25 médicos y profesionales de la salud que entrevistó Human Rights Watch en todo el país y trabajan para hospitales públicos en Venezuela o representan a redes de médicos que lo hacen, se refirieron al tema de la censura de la información sobre salud. Indicaron que las autoridades les prohibieron brindar información estadística a personas externas al hospital, hablar sobre la crisis de salud en público o a las autoridades hospitalarias, o incluir detalles específicos de los diagnósticos en los registros de los pacientes[155].
Dos médicos explicaron que, en hospitales públicos, las autoridades han establecido restricciones sobre qué puede incluirse en los registros de los pacientes, sobre todo en relación con la desnutrición infantil. En casi todos los casos, el personal médico indicó haber recibido una orden “tácita” o “verbal” de no mencionar la “desnutrición” como diagnóstico en las historias clínicas o los registros de los pacientes[156].
Un médico que enseña a residentes en un programa de formación posuniversitaria de un hospital público, indicó que se amenaza a estos con ser expulsados del programa o del hospital si incluyen un diagnóstico de desnutrición en los registros médicos, y que entonces no consignan ese dato en la primera parte de esos registros[157]. Otro médico expresó que cualquier referencia a la desnutrición de un paciente sólo puede incorporarse al final de la historia clínica o del informe, luego de enumerar otras enfermedades o condiciones. De ese modo, indicó el médico, cuando se informa la causa de internación o fallecimiento, no se menciona a la desnutrición[158]. Los médicos dijeron que, como consecuencia de esta práctica, las estadísticas disponibles no muestran la magnitud real de la desnutrición en los pacientes, ya que el dato se oculta deliberadamente y se informan menos casos de los que verdaderamente existen[159].
Muchos médicos siguen recabando datos sobre desnutrición y mortalidad infantil, pero lo hacen disimuladamente, por temor a represalias[160]. Algunos han buscado formas alternativas de recopilar datos sin levantar las sospechas de las autoridades hospitalarias, como por ejemplo, que los residentes simulen que los datos se usarán para un proyecto académico personal en el que están trabajando[161]. Uno de ellos copió datos manualmente de registros médicos y los ocultó para darnos la información para que pudiéramos usarla para este informe, o transmitieron datos oficiales de los hospitales con la condición de que las fuentes y los hospitales no se identificaran en esta publicación[162].
Casi todos los médicos y profesionales de la salud entrevistados por Human Rights Watch insistieron en que se garantizara su anonimato, por temor a sufrir represalias. Por ejemplo, un médico de un hospital pediátrico, que nos proporcionó datos sobre desnutrición y escasez de medicamentos básicos e insumos médicos en el hospital, nos dijo lo siguiente:
Yo quiero estar aquí, incluso en este horror para poder ayudar, para ver la información y poder divulgarla. Les paso la información a periodistas y a organizaciones como [la tuya]. Por eso te digo que no quiero que me menciones. Porque quiero quedarme. Si no, ¿quién va a contar estas historias? No [sea cuestión de que] me bot[en][163].
Varios médicos nos dijeron que las autoridades hospitalarias siguen hostigando y tomando represalias contra profesionales de la salud que hablan sobre la crisis. En algunos casos, los médicos entrevistados por Human Rights Watch indicaron que las represalias incluían suspender a la persona, obligarla a tomar “vacaciones forzadas”, obligarla a jubilarse o trasladarla a otro sitio donde tendría un puesto de categoría inferior al anterior[164]. Otra forma de presión ha sido la presencia de miembros de las fuerzas de seguridad y de bandas partidarias del gobierno dentro de hospitales[165].
Aunque siguen existiendo médicos que valientemente siguen adelante con esta labor, la posibilidad de obtener estos datos limitados de médicos en Venezuela es cada vez más difícil debido a la enorme proporción de médicos que se están yendo del país. ACNUDH ha informado que, según fuentes locales, en los últimos años numerosos médicos y profesionales de enfermería emigraron a otros países de la región, “debido principalmente a los bajos salarios y a la falta de condiciones para prestar servicios de salud adecuados en Venezuela”[166].
Insuficiente asistencia internacional a Venezuela
El Gobierno venezolano ha procurado obtener asistencia de agencias clave de la ONU; sin embargo, según sostienen actores del sector humanitario, organismos de la ONU y el mismo Ministerio de Salud venezolano, la ayuda que se ha pedido es insuficiente para atender las necesidades urgentes de la población. Todos los actores humanitarios entrevistados por Human Rights Watch y la Universidad Johns Hopkins han señalado que tienen la disposición y están en condiciones de brindar asistencia adicional a Venezuela, que se necesita de manera urgente. Asimismo, manifestaron que la falta de una evaluación adecuada y completa de la verdadera magnitud de la crisis —debido a que el Gobierno censura la información sobre el tema— hace imposible planificar una respuesta adecuada a la situación actual y evitar un mayor deterioro de la salud de los venezolanos.
Organismos de la ONU
Según la información que está disponible para consulta pública y los datos proporcionados por organismos de la ONU a Human Rights Watch y la Universidad Johns Hopkins, el Gobierno venezolano ha solicitado cierta asistencia humanitaria, en particular a Unicef y a la OPS. En febrero de 2019, un portavoz de la OMS indicó que la OPS estaba brindando medicamentos y vacunas a hospitales venezolanos, además de contribuir al mantenimiento de servicios en los hospitales priorizados de alta complejidad, lo que incluía capacitar al personal de salud y la prevención de enfermedades infecciosas[167]. El 1 de marzo de 2019, la OCHA manifestó que “en el marco de los acuerdos existentes con el Gobierno, estaban trabajando organismos de la ONU para responder a las necesidades humanitarias de la población”[168].
En respuesta a un pedido de información presentado por Human Rights Watch, Unicef indicó en abril de 2018 que el Gobierno venezolano estaba “ampliando la cooperación con el Sistema de la ONU en áreas críticas como salud y nutrición” y mencionó, entre otras iniciativas, que Unicef financiaba una campaña de vacunación contra el sarampión, un programa para brindar asistencia nutricional, tratamiento contra la malaria, tratamiento antirretroviral, pruebas de detección del VIH y antitoxina diftérica[169]. Para fines de 2018, Unicef había brindado vacunas contra el sarampión a 990.000 niños y niñas de hasta cinco años[170]. Unicef también ha distribuido 100 toneladas de suplementos nutricionales para 150.000 niños y niñas en Venezuela[171].
En junio de 2018, tras una visita al país, la OPS informó que había incrementado sus actividades en Venezuela y en países vecinos, con el envío de más de 60 trabajadores y la apertura de seis oficinas (cinco en Colombia y una en Brasil)[172]. Esto es adicional al centro de la OPS en Caracas[173]. Indicó estar brindando apoyo al Ministerio de Salud de Venezuela en la implementación de un plan nacional para detener los brotes de sarampión y difteria, lo cual incluía vacunar a niños y niñas y a poblaciones indígenas, y comprar insumos de laboratorio para el diagnóstico de esas enfermedades. A su vez, proporcionó pruebas rápidas para diagnosticar la malaria e indicó que brindaría 150.000 tratamientos para distintos tipos de malaria en 2017 y 2018. La OPS también ayudó al Gobierno venezolano en el diseño y la implementación de una campaña de vacunación, lanzada en abril de 2018, para inmunizar a nueve millones de personas[174]. Para junio de 2018, la OPS había entrenado a más de 8.000 profesionales de la salud, incluidos 3.500 vacunadores[175].
El informe de julio de 2018 emitido por la OPS, ONUSIDA y el Ministerio de Salud de Venezuela indicó que Unicef, ONUSIDA y diversas organizaciones no gubernamentales humanitarias habían donado tratamiento antirretroviral destinado a niños, niñas y adultos, así como pruebas de detección del VIH y medicamentos contra la malaria y la tuberculosis[176]. En septiembre de 2018, el Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria, con el apoyo de ONUSIDA, la OPS y organizaciones de la sociedad civil, aprobó la asignación de un presupuesto por USD 5 millones para coordinar la asistencia destinada a combatir el VIH, la tuberculosis y la malaria en Venezuela[177].
Aunque la provisión de esta asistencia es un paso auspicioso, la información obtenida de organismos de la ONU y de entrevistas con informantes clave, incluidos profesionales de la salud y actores humanitarios que trabajan en Venezuela, muestra que la asistencia humanitaria que llega a las personas en Venezuela sigue siendo inadecuada para abordar las necesidades urgentes de la población.
El informe de julio, en el cual participaron el Gobierno venezolano, la OPS y ONUSIDA, indica que el tratamiento antirretroviral que el Ministerio obtiene a través de los Fondos Rotatorios de la OPS y de compras a compañías farmacéuticas indias, además de las donaciones de la OPS, ONUSIDA y Unicef, “no son suficientes para cubrir las necesidades requeridas”. El informe estimó que la medicación “limitada” disponible alcanzaría para apenas uno o dos meses de tratamiento para algunas personas con VIH[178]. El informe expone un plan de tres años de duración que, a un costo de más de USD 122 millones de dólares, abordaría todas las necesidades en esta área[179].
La carta enviada por Unicef a Human Rights Watch destaca que “todos deben hacer más para llegar a todas las personas afectadas por la crisis”[180]. También en este sentido, Grant Leaity, director adjunto de Programas de Emergencia de Unicef, indicó en febrero de 2018 a Human Rights Watch que “el Gobierno había tomado medidas, pero que estas no son suficientes ni adecuadas” y que Unicef no estaba dando al Gobierno suministros “en cantidades que fueran significativas”[181].
La OPS, por su parte, ha indicado que “se requiere tomar medidas inmediatas para abordar las necesidades a corto plazo, reducir el impacto de la migración del personal de salud y racionalizar los recursos existentes a la vez que se movilizan recursos adicionales a fin de abordar los brotes de enfermedades y aumentar la capacidad del sistema de brindar atención integral a las enfermedades prioritarias”[182]. Por ejemplo, hasta junio de 2018, la OPS había brindado kits médicos de emergencia, cada uno de los cuales incluye medicamentos e insumos médicos para 10.000 personas, a 11 hospitales venezolanos, y tenía previsto distribuir otros 40 en 21 hospitales considerados prioritarios[183]. La distribución de estos kits seguía durante 2019[184]. A su vez, en octubre, como parte de esta Iniciativa de Hospitales Seguros, la OPS distribuyó más de 3.000 cajas de medicamentos e insumos en 18 hospitales, 13 áreas de salud integral comunitaria y ocho instituciones de salud[185]. Sin embargo, en Venezuela hay más de 200 hospitales y estos kits no están llegando a muchos pacientes que los necesitan[186].
Aunque no existe información oficial exhaustiva para evaluar el éxito del plan de vacunación, diversos expertos venezolanos han señalado que no cubre las necesidades de la población. El presidente de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría indicó que 2,9 millones de niños y niñas estaban excluidos del programa, que cubría apenas el 70 % de la demanda[187]. Agregó que “las 89.660 dosis del material biológico comprado por el ministerio, a través del fondo rotatorio de la OPS, excluyen a aproximadamente 411.000 mujeres de las 550.000 que se embarazan anualmente”[188]. Félix Oletta, exministro de Salud y miembro de la Sociedad Venezolana de Salud Pública, señaló en septiembre que la tasa de vacunación de miembros de comunidades vulnerables, mayormente de grupos indígenas, era inferior al 20 %[189]. Asimismo, la organización no gubernamental Médicos Unidos Venezuela, advirtió que la OMS/OPS anunció 3,5 millones de vacunas contra la difteria-tétanos para personas entre 19 y 39 años, pero el Instituto Nacional de Estadística determinó que hay cinco veces más venezolanos (17,3 millones) en ese rango etáreo[190].
Con respecto a la escasez de alimentos, en abril de 2018, un representante del PMA dijo a Human Rights Watch que este programa solamente puede trabajar en países donde haya un pedido específico del Gobierno, y “este no ha sido el caso con Venezuela”[191]. Aunque David Beasley, director del PMA, ha calificado a la situación en Venezuela como “catastrófica”, hasta enero de 2019 el PMA no tenía actividades en el país ya que no contaba con autorización del Gobierno venezolano[192].
Al momento de redacción de este documento, la FAO no había respondido a un pedido de información acerca de sus actividades en Venezuela. En marzo de 2018, José Graziano da Silva, director de la FAO, señaló que el hambre “continuó creciendo” en Venezuela en 2017[193]. El 15 de enero de 2019, Unicef, la FAO y el Gobierno venezolano firmaron un acuerdo para financiar un proyecto para alimentar a niños y niñas en las escuelas[194] . Aunque el informe “Alerta y acción temprana sobre seguridad alimentaria y agricultura” (Early Warning Early Action report on food security and agriculture) de la FAO correspondiente al período enero-marzo de 2019 reconoce que ha habido un “drástico aumento de la inseguridad alimentaria” en Venezuela, lo atribuye a una crisis económica e incluye a Venezuela en la lista de países y regiones “bajo observación”[195].
En noviembre de 2018, la ONU anunció el primer fondo de emergencia para Venezuela durante la gestión de Maduro, por un total de USD 9,2 de asistencia en salud y nutrición[196]. Estos fondos han sido asignados a agencias de la ONU que trabajan sobre Venezuela, como Unicef, UNFPA, la OMS, ACNUR y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM)[197]. Desde entonces, el Fondo Central para la Acción en Casos de Emergencia (Central Emergency Response Fund, CERF) no ha asignado fondos a Venezuela[198].
En mayo de 2018, el CERF aportó también asistencia por USD 6,2 millones a migrantes venezolanos que necesitaban “asistencia vital”[199]. La asistencia de emergencia de la ONU está orientada a “ayudar a los países que limitan con Venezuela a lidiar con las consecuencias de que numerosos venezolanos se vayan del país”[200].
Mientras tanto, diversos organismos de la ONU han proporcionado asistencia humanitaria a venezolanos fuera del país.
El informe Panorama Global Humanitario 2019 de la OCHA incluye un Plan de Respuesta Regional a Refugiados y Migrantes, destinado a atender la afluencia de ciudadanos venezolanos que llegan a América Latina y el Caribe[201]. Este plan, en el que participan 17 organismos de la ONU, 14 organizaciones no gubernamentales, cinco donantes y dos instituciones financieras, apunta a abordar las necesidades de los venezolanos que se fueron recientemente del país[202]. El PMA ha asistido a más de 100.000 venezolanos en Colombia y Ecuador[203]. En la frontera brasileña con Venezuela, el ACNUR ha establecido 13 albergues donde se acoge a más de 6.850 venezolanos que reciben refugio, atención médica y alimentos[204]. La OIM también tiene presencia activa en la región[205]. En Ecuador, el PMA y Unicef contribuyen a una iniciativa gubernamental para brindar alimentos y mantas a venezolanos[206]. La Unión Europea ha anunciado que aportaría asistencia humanitaria y para el desarrollo por EUR 35 millones a venezolanos en Venezuela y fuera del país[207]. Desde que empezó la crisis, solamente Alemania ha proporcionado EUR 14,6 millones a países vecinos de Venezuela, a través del PMA y de ACNUR[208].
Organizaciones no gubernamentales
Human Rights Watch realizó más de una decena de entrevistas confidenciales a personal de organizaciones internacionales y venezolanas que intentaban brindar asistencia humanitaria en Venezuela[209]. Todos se refirieron a las dificultades que encontraron al intentar establecer operaciones en el país, y quienes pudieron hacerlo indicaron haber afrontado una multiplicidad de obstáculos interpuestos por el Gobierno a sus esfuerzos para brindar asistencia la población necesitada en Venezuela. Los obstáculos incluyen demoras en las aprobaciones oficiales para operaciones o en retirar insumos de asistencia de la aduana; órdenes de superiores en hospitales o en el Gobierno para suspender la implementación de iniciativas de asistencia en curso; y límites a la posibilidad de ingresar insumos donados en los hospitales públicos.
Dos médicos entrevistados por Human Rights Watch también mencionaron que los administradores de hospitales les habían prohibido recibir donaciones para los pacientes, que en general consistían en leche de fórmula para bebés o alimentos[210]. En noviembre de 2018, el Hospital Universitario en Caracas rechazó una donación de medicamentos e insumos médicos de la organización internacional humanitaria Médicos sin Fronteras[211]. En un documento que parece un comunicado de prensa, firmado por autoridades del hospital y difundido en los medios sociales, se indica que los medicamentos ofrecidos por Médicos sin Fronteras no cumplen con las reglamentaciones locales, y que “Venezuela posee recursos propios suficientes para la adquisición de todos los medicamentos que el pueblo venezolano necesita para restablecer su salud, y no es susceptible de miserias que dobleguen su dignidad”[212].
Todos los trabajadores humanitarios entrevistados por Human Rights Watch indicaron que las organizaciones a las que pertenecen estarían en condiciones de brindar mucha más asistencia y apoyo a los venezolanos que lo necesitan, si el Gobierno no negara la crisis y, en cambio, intentara obtener ayuda adicional. Debido a las trabas que el Gobierno ha impuesto al trabajo que realizan, estas organizaciones han intentado identificar a socios locales para implementar sus proyectos, lo cual genera una carga todavía mayor para las organizaciones venezolanas, que ya trabajan al límite de sus capacidades.
Por otra parte, las organizaciones locales venezolanas obtienen donaciones privadas de medicamentos o comida en el país a través de servicios de mensajería puerta a puerta. Sin embargo, estos servicios son costosos y solamente envían cantidades reducidas de asistencia. Por ejemplo, la organización no gubernamental Acción Solidaria, que ha recibido donaciones de 17 países desde mayo de 2016, ha proporcionado un volumen cada vez mayor de medicamentos a pacientes que solicitan asistencia: 750 dosis de tratamiento antirretroviral para el VIH y 3.217 para otras condiciones en 2016; 1.050 tratamientos antirretrovirales para VIH y 21.100 tratamientos para otras condiciones en 2017; y 1.300 tratamientos antirretrovirales y 19.000 para otras condiciones hasta septiembre de 2018. No obstante, el número total de personas que les solicitan ayuda ha aumentado en forma constante, de 250 a más de 1.500 por mes, entre 2016 y 2018. Acción Solidaria tiene capacidad limitada de procesar pedidos de medicamentos y, en promedio, sólo ha estado en condiciones de responder apenas a la mitad de las necesidades que registra[213].
La gran mayoría de los trabajadores humanitarios entrevistados por Human Rights Watch manifestaron que no deseaban ser identificados en este informe, por temor a no poder seguir trabajando en el país si eran identificados.
Otros ofrecimientos de asistencia
La Federación Internacional de la Cruz Roja ha incrementado en más del doble su presupuesto para operar en Venezuela, de 5 a 13 millones de dólares, según una entrevista con un alto funcionario de esa organización que publicó un medio argentino[214].
El Grupo de Lima, integrado por Canadá y 13 gobiernos latinoamericanos, ha ofrecido en reiteradas oportunidades asistencia humanitaria a Venezuela[215]. Algunos de sus Estados Miembros —por ejemplo, Colombia y Brasil—también lo hicieron por separado. Canadá está enviando asistencia a través de varios organismos de la ONU, y ha aportado un total de cerca de USD 2,21 millones para las necesidades humanitarias producto de la crisis en Venezuela[216]. Estados Unidos ha ofrecido asistencia a través del Departamento de Estado y de USAID[217]. Además, anunció otros USD 48 millones para la crisis humanitaria regional en septiembre de 2018 y otros 20 millones en enero de 2019[218]. En febrero, el Departamento de Desarrollo Internacional (Department for International Development, DFID) del Reino Unido asignó GBP 6,5 millones de sus reservas para ayudar a agencias humanitarias en la región. Debido a la “negación, por parte del régimen de Maduro, de que exista una crisis humanitaria”, el Reino Unido tomó la decisión de no informar cuáles son las organizaciones a las que está brindando asistencia[219].
La Unión Europea ha brindado asistencia de emergencia a Venezuela desde 2016 y, como se señaló antes, anunció recientemente que aportará EUR 35 millones adicionales en asistencia humanitaria y para el desarrollo a Venezuela y a los países vecinos afectados[220]. En el presupuesto de Asistencia Humanitaria de la UE de 2019, se destinaron EUR 13,5 millones para asistencia humanitaria y alimentaria en América Central, Colombia y Venezuela[221]. En febrero de 2019, 25 países se reunieron en una conferencia sobre ayuda humanitaria a Venezuela, auspiciada por la OEA, y se comprometieron a aportar un total de USD 100 millones[222].
Varios presidentes latinoamericanos han pedido de manera expresa a Maduro que acepte ayuda de los gobiernos de sus países y de la comunidad internacional, abriendo un “canal humanitario” para recibir asistencia[223].
Una resolución adoptada en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU por 27 Estados de distintas regiones del mundo, incluidos nueve latinoamericanos, indicó que el Gobierno venezolano debería abrir sus puertas a la asistencia humanitaria para hacer frente a la “escasez de alimentos y medicamentos[,] el aumento de las malnutrición” y “el brote de enfermedades que habían quedado erradicadas o bajo control en América del Sur”[224].
En 2019, luego de que Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y algunos gobiernos latinoamericanos decidieran enviar asistencia humanitaria a las fronteras de Venezuela, las autoridades venezolanas se negaron a permitir que entrara en el país y recurrieron a un uso excesivo de la fuerza para dispersar manifestaciones a favor de la iniciativa opositora para ingresar ayuda[225]. Maduro declaró que Venezuela no era un “país de mendigos” y que “no existe crisis humanitaria”[226]. Diosdado Cabello manifestó que la asistencia era una “intervención militar” disfrazada, mientras que la Vicepresidenta Delcy Rodríguez indicó que era una forma de ingresar “armas biológicas” en el país. Si bien las autoridades venezolanas tienen derecho a rechazar ofrecimientos particulares de asistencia, tomar esa decisión incrementa su responsabilidad de definir alternativas que aborden de manera efectiva las necesidades urgentes del pueblo. Los esfuerzos realizados por las autoridades venezolanas durante la presidencia de Maduro no han atendido esas necesidades.
Agradecimientos
La investigación y la redacción de este informe estuvieron a cargo de Shannon Doocy, profesora adjunta del Departamento de Salud Internacional de la Facultad de Salud Pública Bloomberg en la Universidad Johns Hopkins; Dra. Kathleen Page, profesora adjunta de Medicina de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins y Tamara Taraciuk Broner, investigadora sénior para las Américas de Human Rights Watch. Diederik Lohman, exdirector de Salud y Derechos Humanos de Human Rights Watch y actualmente académico invitado en la Escuela de Salud Pública Dornsife de Drexel University, participó en la conceptualización de este proyecto de investigación y analizó diversas publicaciones previas a este informe que contribuyeron a esta publicación.
El informe fue editado y revisado por el Dr. Chris Beyrer, profesor Desmond M. Tutu de Salud Pública y Derechos Humanos en la Facultad de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins y director del Centro de Salud Pública y Derechos Humanos (Center for Public Health and Human Rights), y por el Dr. Paul B. Spiegel, profesor de la Facultad de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins y director del Centro por la Salud Humanitaria (Center for Humanitarian Health) de esa misma institución.
Asimismo, fue editado por Daniel Wilkinson, director adjunto para las Américas de Human Rights Watch; Dan Baum, investigador/editor sénior; Margaret Knox, investigadora/editora sénior; Juan Pappier, investigador de las Américas; César Muñoz, investigador sénior de las Américas; Joe Amon, profesor de formación práctica en el Departamento de Salud Comunitaria y Prevención de la Escuela de Salud Pública Dornsife en Drexel Univeristy; Joe Saunders, subdirector de Programas; Chris Albin-Lackey, asesor legal sénior; y José Miguel Vivanco, director ejecutivo de la división de las Américas. Brian Root, analista cuantitativo sénior, revisó el informe y elaboró los gráficos. Las asociadas de la división de las Américas de Human Rights Watch Delphine Starr y Megan Monteleone contribuyeron con la producción del informe. Los pasantes de la división de las Américas Hannah Smith y Ángel Zapata fueron de gran ayuda para la investigación. El informe fue preparado para la publicación por Fitzroy Hepkins, gerente administrativo; y José Martínez, coordinador administrativo sénior. Fue traducido al español por Gabriela Haymes.
Quisiéramos agradecer el generoso apoyo de la Cátedra en Salud Pública y Derechos Humanos Desmond Tutu de Facultad de Salud Pública Bloomberg en la Universidad Johns Hopkins.
A su vez, deseamos expresar nuestro agradecimiento a las numerosas organizaciones, profesionales de la salud y defensores de derechos humanos venezolanos que colaboraron con este informe, muchos de los cuales solicitaron no ser identificados.
Human Rights Watch también expresa su más sincero agradecimiento a todos los venezolanos que nos transmitieron sus testimonios tras abandonar su país en busca de tratamiento médico y alimentos. Muchos manifestaron la esperanza de que, al contar sus vivencias, pudieran contribuir a evitar que otras personas enfrenten el mismo sufrimiento que los llevó a irse de Venezuela.