La inseguridad desenfrenada en Haití puede resumirse en algunas cifras estremecedoras.
Los grupos criminales controlan casi el 80% de la capital, Puerto Príncipe, y sus alrededores, y están extendiéndose a otras zonas. Cerca de 2,7 millones de personas viven bajo su control. Otra cifra llama la atención: los expertos estiman que al menos el 30% de los miembros de las pandillas criminales son niños y niñas.
Pero hay que ir más allá de las cifras para comprender la profundidad de los horrores que viven en este país.
Reclutados a partir de los diez años, los niños y niñas miembros de pandillas pueden empezar como informadores o haciendo recados, pero pronto, muchos de ellos portan armas, saquean, extorsionan y secuestran. Los niños y niñas son maltratados si se niegan a participar, normalmente con golpes y amenazas de muerte. Las niñas están especialmente expuestas a la violencia sexual.
El hambre y la pobreza es lo que suele empujar a los niños y niñas a unirse a las pandillas violentas. Abandonados por el Estado, privados de alimentos, educación y atención sanitaria, estos niños y niñas encuentran en los grupos criminales su única fuente de sustento y cobijo. En otras palabras, se trata de sobrevivir.
Un joven de 16 años de Puerto Príncipe cuenta que se unió a un grupo criminal cuando tenía 14 años:
“Antes vivía con mi madre... En casa no había comida. Pero cuando estaba con [el grupo], podía comer”.
Haití está atrapado en una trampa del hambre: la delincuencia impulsa la pobreza; la pobreza impulsa la delincuencia. Y de momento, la situación parece empeorar.
Al parecer, los grupos delictivos han aumentado su reclutamiento de niños y niñas como respuesta a las operaciones de mantenimiento del orden de la nueva presencia internacional, la misión multinacional de apoyo a la seguridad, y la Policía Nacional de Haití. Cientos, si no miles, de niños y niñas, empujados por el hambre y la pobreza, se han unido a los grupos criminales en los últimos meses.
Evidentemente, salir de esta espiral descendente no será ni rápido ni fácil, pero el gobierno de transición de Haití debe centrarse en los niños y niñas en particular, como destaca un nuevo informe de HRW. Las autoridades deben concentrarse en proporcionar protección y acceso a bienes y servicios esenciales, como la educación.
Además de pedir cuentas a los responsables de los abusos, las autoridades deben proporcionar vías de rehabilitación y reintegración, para que los niños y niñas puedan abandonar las pandillas de forma segura y tener una vida en el futuro.
En resumen, los niños y niñas necesitan opciones de supervivencia fuera de los grupos delictivos, y las autoridades deben ayudarles a encontrarlas.