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La “tradición” no es excusa

Boletín informativo, 17 de septiembre de 2024

Una manifestación frente al Ministerio del Interior de Kirguistán exigiendo la dimisión de sus dirigentes tras el asesinato de la novia secuestrada Aizada Kanatbekova en medio de la supuesta inacción de la policía, en Bishkek, 8 de abril de 2021.  © 2021 Vladimir Pirogov/Reuters

Aizada Kanatbekova fue secuestrada a plena luz del día en Bishkek (Kirguistán). Dos días después, la joven de 27 años fue hallada muerta estrangulada a las afueras de la ciudad.

Había sido raptada por un grupo de personas dirigidas por un hombre que pretendía obligarla a casarse con él.

La respuesta de la policía fue pésima, como suele ocurrir en estos casos de “secuestro de novias” en Kirguistán. Un testigo informó a la policía del secuestro, y la policía también tuvo acceso a las grabaciones de las cámaras de la calle. La policía de la ciudad de Bishkek afirmó que estaba llevando a cabo una búsqueda ininterrumpida, pero las oficinas regionales de policía fuera de Bishkek no sabían nada al respecto.

Más de tres años después, los agentes de policía siguen eludiendo su responsabilidad por la inacción que pudo contribuir a la muerte de Kanatbekova a manos de su “secuestrador de novias”. La semana pasada, el Tribunal de la ciudad de Bishkek confirmó la absolución del entonces jefe de policía, rechazando los cargos de negligencia en la muerte de Kanatbekova.

El rapto de novias -es decir, el secuestro de mujeres para obligarlas a contraer matrimonio- es ilegal en Kirguistán. Sin embargo, como tantas otras formas de violencia de género en el país, sigue siendo un grave problema, porque las autoridades no se lo toman con la suficiente seriedad.

La agencia de seguridad nacional se ha comprometido a abordar el problema, pero las fuerzas del orden suelen mostrarse indiferentes ante las peticiones de ayuda de las mujeres que se enfrentan a terribles abusos. Los funcionarios han ignorado casos espeluznantes de mujeres a las que han pateado en la cabeza, quemado, cortado las orejas y la nariz o apuñalado hasta matarlas en comisarías de policía tras dejarlas a solas con su secuestrador.

Recuerdo haber oído hablar de estos “secuestros de novias” cuando viajé por primera vez a Kirguistán hace 30 años. Me escandalicé, pero la gente me dijo que era “tradición”. Me temo que algunos siguen pensando así.

La palabra “tradición” se utiliza muy a menudo para tratar de defender los abusos contra los derechos humanos -no sólo en Asia Central- y, por desgracia, suena convincente para algunas personas.

Para quienes se han criado dentro de la cultura, refuerza la idea de que las cosas son eternas y no pueden cambiar. Para muchos ajenos a la cultura, existe el temor de parecer que se critican las costumbres de los demás y exponerse a acusaciones de xenofobia.

Así que muchos guardan silencio, fingiendo creer que lo que está claramente mal es perfectamente normal en el contexto local. Y aludir a la “tradición” se convierte en la excusa habitual para que continúen produciéndose abusos horribles.

Pero, como ocurre con muchas otras cuestiones, las cosas se empiezan a entender mejor cuando se escucha a las víctimas. Pregúntale a la persona que ha sido torturada por sus creencias. Pregúntale a la persona a la que han metido en la cárcel por ser quien es. Pregunta a la familia y amigos de la persona secuestrada y asesinada.

Te dirán que no es su “tradición”. Es un delito. Y las autoridades deberían tomárselo en serio.

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